Capítulo XLV: Entrevista con el profesor


Dalmau estaba un poco mosca. Le parecía inaudito que él, veterano del instituto, conocedor de todos sus rincones, no consiguiese hallar al profesor Vidal de inmediato.

-Ah, hola, Teresa ¿Sabes dónde para Vidal? No encuentro su despacho.

-Con las obras va cambiando de sitio. Ahora ya están en el segundo piso. Desde el viernes lo tiene allí. 

-He pasado antes y no lo he visto.

-No ha colocado todavía su letrero, está en el más próximo a los lavabos.

-Gràcies, te debo una.

-Es bonita esta camiseta sin mangas, bueno, seguro que ayudan esos brazos. A ti te queda todo genial, como a mi Joan. Un día tenemos que quedar para que me expliques dónde….

.Sí, pero en otro momento. Tengo mucha prisa. ¡Ens veiem! –se despidió el chico con su sonrisa cautivadora.

Dalmau estaba disgustado consigo mismo. Es cierto que durante todo el curso había intentando alejarse al máximo de ese profesor, pero ahora, cuando el tiempo apremiaba, ese desdén podía llevar al traste sus propósitos. Subió las escaleras a zancadas y cruzó el pasillo a todo correr con el temor de que el señor Vidal ya se hubiese ido. Por fortuna había luz en el despacho. No se oían voces, por lo que debía estar solo. Mejor así. Llamó a la puerta con rapidez y entró.

El profesor Vidal estaba aún sentado guardando unas carpetas en su maleta, rodeado de montones de papeles y legajos, con el portátil ya cerrado. Lo miró con sus ojos inquisitivos, una mirada opaca, sin transparencia alguna, y su sonrisa agrietada.

-Hombre, si tenemos aquí al señor Rovell. ¡Qué agradable sorpresa! No recuerdo que figure entre mis alumnos del trabajo de investigación.

-Es cierto, profesor Vidal, mi tutora es la señora Roca.

-¿Entonces? ¿Si no es el trabajo, cuál es el objeto de su visita? 

-Bueno, en realidad sí he venido a hablarle de un trabajo, aunque no del mío.

-¿Cómo dice?

-Querría tratar con usted sobre el de Jofre.

-¡Ah, del señor Clarà! Ya entiendo. Veo que corren rápido las noticias. El suspenso del alumno modélico del instituto ya es de dominio público… Comprendo que el señor Clarà esté disgustado consigo mismo, pero no entiendo por qué no ha venido él a reclamar. No se involucre, por favor. Entiendo que, defensor de causas nobles, se haya erigido en su abogado, pero sinceramente esta historia tiene un argumento archiconocido: el alumno no ha presentado lo que debía, y me toca suspenderlo.

-Jofre está tratando de recuperar alguna copia de su trabajo; he venido por iniciativa propia, no me lo ha pedido. Desearía que reconsiderara su decisión. Usted mismo lo ha dicho antes. Jofre es un alumno modélico y…

-Su nobleza es excesiva, pero ese chico no se merece sus desvelos –le cortó el profesor Vidal, hablándole de manera condescendiente- Es encomiable su interés, pero no puedo mejorar la calificación de un trabajo ahora mismo inexistente.

-Disculpe–replicó Dalmau sin perder la calma ante ese tono afectado y paternalista- me dice que no puede valorarlo sin el trabajo final, sin embargo pueden servir de algo sus magníficos controles trimestrales. Con ellos podría justificar su nota ante el inspector.

-Me sorprende, señor Rovell, su insistencia. Nunca hubiese creído que le interesase algo más que el deporte. Pero la norma vigente es clara: se recomienda al docente que conserve los controles trimestrales, no lo exige. Por tanto, puede que yo ya no los tenga.

-Hace cuatro años un compañero de mi hermano estuvo metido en un asunto feo como éste. Supongo que lo recuerda…

-¡Ah, sí! Esos casos provocados por la distracción de los alumnos tristemente son demasiado frecuentes… pero al final ese caso se solucionó, ¿no?

-Sí, después de más tiempo del necesario. Por eso, le pido que haga lo posible para que Jofre entre en la convocatoria de junio.

-¿Y qué gano yo con eso?

-Es un trato de favor hacia Jofre, lo lógico es que le ofrezca algo a cambio.

-¿Qué puede darme ese sabelotodo que me interese? –preguntó Vidal en tono despectivo.

-No, no me ha entendido. Soy yo quien le ofrezco el premio, mejor dicho soy yo el premio.

-¿Qué? Ya he tenido bastante. Desaparezca de mi vista y dé gracias que no lleve el caso al director.

Dalmau no le obedeció, se limitó a levantar la camiseta para exhibir sus cincelados abdominales.

El profesor Vidal no lo echó de la habitación, fascinado por el prodigioso atractivo de ese tronco modélico. En su vida había contemplado algo tan atrayente.

-Tóquelo cuanto  quiera -murmuró seductoramente el apolo rubio conduciendo la mano del profesor hasta su tronco, que empezó a magrear con insistencia. Sus dedos palpaban ávidamente esa carne dura y divinamente torneada.

-¿Y crees que con cuatro toqueteos, cambiará mi parecer?

-No. Ya se lo he dicho. Lo que pido no es cualquier cosa, por tanto el regalo estará a la altura.

Dalmau se sacó la camiseta y bajó un poco el pantalón corto para mostrar un tanga granate que exhibía un bulto enorme.

-Usted dirá. Puedo hacerle disfrutar como nunca ha soñado o me visto y me largo.

La estampa del excapitán era formidable. Tantas veces Vidal lo había visto durante los años de instituto, y año tras año, ese chico hermoso había ido mejorando, cada vez más alto y fuerte. Los dos hermanos Rovell disfrutaban de unos genes excepcionales,  especímenes de rara belleza viril. Oleguer era precioso, pero su hermano pequeño lo superaba incluso. Desde el curso pasado había podido admirar ese cuerpo en sus clases, en los exámenes había fijado  la vista minutos enteros en su linda cabeza, viendo como fruncía el entrecejo o se tocaba la nariz recta y elegante o el abundante pelo dorado. Y ahora, no era el rostro lo que se le ofrecía sino todo él. Ahora por fin admiraba ese imponente cuerpo. Debía estar prohibido que un adonis como él cubriese su anatomía. La fantasía se iba transformando en realidad, ahora ya contemplaba extasiado, sin elucubraciones, sin tejidos que lo velasen, esos magníficos pectorales abombados con anchos y agudos pezones, botones que despertarían la libido del más casto. Y entre esos muslos potentes, el paquetazo le atraía como un imán. No podía negarse, no. Era superior a sus fuerzas. Ese apolo se le ofrecía, no podía despreciar tamaño regalo.  

-No te vayas. Acepto. Aquí y ahora. Cierra la puerta y sácatelo todo. Quiero verte en cueros.

Dalmau lo había tenido claro desde que entró. No había dejado de mirarlo ni un solo segundo, con esos ojos descaradamente insistentes, fijos en su faz y su cuerpo. Durante el curso había rehuido el contacto con Vidal, harto de esas miradas turbias y huidizas que le asqueaban. Sin embargo, hoy rompería con ese hábito, hoy sería su amante.

El adonis rubio cerró la puerta con el pestillo antes de quedarse completamente desnudo. No quiso mirarlo antes de que fuera preciso. El profesor Vidal no era feo ni un carcamal, lo que le disgustaba eran esos ojillos insanos, hundidos y privados de toda calidez. Cuando estuvo listo se le acercó sin vacilaciones, como siempre, seguro de su poderío.

El muchacho era una preciosidad –pensaba Vidal- algo que no encajaba entre las paredes de ese humilde despacho, a ese hermosísimo doncel le correspondía el estudio del fotógrafo más cotizado. En pocos segundos podría gozar de su potencia y belleza. Curioso. No había previsto el proceder del benjamín de los Rovell cuando había provocado el grave problema de Jofre. Había sido tan fácil para él, experto informático. En ese lápiz de memoria que habían ido intercambiándose tutor y alumno a lo largo del curso había introducido un virus que había infectado su ordenador en la fecha programada: el día de la presentación del trabajo final. Disfrutó viendo el nerviosismo y después la angustia y el desespero del sabelotodo.

Durante todo el curso aparentando ser el tutor más solícito, y al final mandándolo al carajo. Desde hacía mucho tiempo él sí se había dado cuenta de las miradas furtivas de Jofre al ídolo del instituto. Él era quien había sugerido a Gonzalo, el entrenador, que lo escogiese como profesor particular de Dalmau. Deseaba verlo sufrir ante la indiferencia del adonis rubio, incapaz de escapar de esa prisión dorada, pero sin poder disfrutar del apolo. Se daba cuenta en las clases del malestar de Jofre, de ese tormento constante que supone ocultar en todo momento tus sentimientos, más agudo aún cuando la razón de tu mal la tienes compartiendo un pupitre o en una habitación los dos solos.

Sin embargo, todo se trastocó cuando ese maldito Jofre sedujo  a su alumno cachas. No podía entender cómo lo había conseguido.¡Lo odiaba! Disfrutar de ese bellezón un chico sin gracia y con esa pedantería propia de los que creen que no hay nada que desconozcan cuando en realidad lo ignoran todo de la vida y sus entresijos. Pero ahora sobraban los pensamientos, llegaba el momento de las caricias, de los besos y el desenfreno. Un chico, bello como un dios, se le aproximaba y ya no podía pensar con claridad, sediento de ese cuerpo perfecto.

El adonis se sentó encima de la mesa, esbozó su sonrisa granuja y colocó sus manos en los hombros del profesor.

-Sin corbata estarás más cómodo-le susurró mientras le deshacía el nudo, sacaba la larga tira de tela con la que envolvía el tronco de su verga y después la echaba al suelo

El profesor no conseguía dominar la situación, controlada por un muchacho, bueno lo de muchacho era un decir porque ese cuerpo era el de un hombre en plenitud. De todos modos, no lograba dilucidar qué es lo que más le sorprendía: si su anatomía o su descaro.

-¿Qué quieres ahora, que te saque los botones de la camisa o prefieres jugar con los míos? –continuó Dalmau, ahora hinchando sus pectorales macizos y frotando con los pulgares los agudos pezones, saetas que espoleaban la pasión del profesor. Vidal no consiguió articular palabra, se limitó a sobar ese pecho y palpar su increíble dureza, reseguir todos sus contornos y descansar brevemente sus dedos en el amplio espacio inferior entre los recios pectorales.

Era como un niño el día de Reyes que, abrumado por tantos regalos, no se decidía con cuál jugar; allí, entre tantos atractivos, deseaba continuar con su exploración, pero al mismo tiempo sin abandonar lo ya descubierto, muy por encima de las expectativas más exigentes. Viéndole un poco pasivo, Dalmau le desabotonó la camisa y muy pronto su pecho velludo recibió las atenciones de deportista. Sus toques eran certeros, sabía estimular el cuerpo ajeno, sin timidez alguna apretaba su pecho, más pequeño y mucho más blando, le estimulaba las tetillas, las mojaba con saliva aplicada a sus dedos o directamente con voraces lametones que le transportaban al séptimo cielo. Dalmau apretó su cuerpo con el del profesor para unir y frotar ambos pechos. Vidal no conseguía acostumbrarse a ese torrente de nuevas sensaciones deliciosamente placenteras.

El rubiales levantó uno de sus fornidos brazos, exponiendo el sobaco que acercó a la cabeza del profesor. No tuvo que decir nada, Vidal comenzó a  lamer y chupar como  un poseso la axila con frenesí para nutrirse del sudor y el suave vello, y no cesó en su festín hasta que el ángel bajó el brazo. 

-Veo que te ponen los sobacos –dijo sonriente Dalmau, mirando la bragueta donde se marcaba el cimbrel del profesor Vidal, enhiesto como una caña de bambú- A mí, me gustan más las piernas, sobre todo la del medio.

Sin más preámbulos bajó la cremallera del pantalón para agarrar la tranca del profesor. No era un micropene, pero tampoco un pollón formidable, más bien, una estaca de unos doce centímetros como mucho, un poco curvada que descapulló para chupar la cabecita violeta de ese aparato. Sus labios se posaron en el meato, y beso a beso fueron viajando por todo el glande, excursión que al señor Vidal le llevaba al delirio, sobre todo cuando los dulces besos eran substituidos por lametazos y chupeteos apasionados. Dalmau no se limitaba a dar caricias bucales, sus manos bailaban entre el tronco y el escroto con una danza viva y enérgica que excitaba todavía más a su amante.

¿Cómo era posible-se preguntaba el profesor- que un muchacho de casi dieciocho años tuviera esa capacidad de dar placer? No era lógico. Uno podía imaginar que un chico como él, de cuerpo diez, se endiosase, ofreciese el inapelable placer visual de su anatomía y fuese un cero en artes amatorias; todo lo contrario, era una maravilla corporal, librado a dar placer a espuertas, generosamente. Se sentía desfallecer ante sus cuidados precisos, tan magistralmente ejecutados que su cipote se acercaba al punto de no retorno, pero entonces el rubiales disminuía sus ataques para posponer la eyaculación. Así, esa placentera operación se alargaba más y más. Vidal ya no sabía qué hacer, por un lado disfrutaba con creces de las atenciones de su alumno y deseaba que aquello se prolongase hasta el infinito, por otro, en cambio, estaba agotado, sentía su corazón bombear con ansia y anhelaba reposo. No podía seguir mucho tiempo así, con los nervios a flor de piel, excitadísimo. Sensaciones contradictorias que concluyeron cuando su falo expulsó dos o tres descargas escasas de leche entre alaridos de gozo.

Cuando se recuperó, Vidal tuvo claro que aquello no era un sueño húmedo, producto de su imaginación calenturienta, el chico seguía delante de él, ahora en una pose mucho más erótica, dándose placer, frotando con una mano ese cañón de más de veinte centímetros  y con la otra, dedicada a jugar alternativamente con sus pezones mientras la lengua lamía insistentemente sus labios; con los ojos encogidos, revelando que le importaba muy poco el exterior, centrado ahora en gozar de sus placeres internos.

-Para, sisplau –le pidió el profesor, con un tono entre humilde y ansioso- Déjame chupar eso.

Dalmau dejó libre el falo que fue engullido vorazmente por Vidal. Aquello era grueso y macizo, un verdadero pilar de carne que el profesor tragaba con deleite para sentir su potencia y grosor. Ese Dalmau era un portento. Un cuerpo escultural con una tranca de campeonato. Ojalá en lugar del fútbol se hubiera dedicado al golf o el hockey… No hubiese necesitado ningún instrumento ajeno a su cuerpo. Estúpidas ideas navegaban por ese torbellino de sensaciones y entre todas ellas una se impuso con rapidez. Dejó escapar el potente badajo para ponerse de espaldas a su alumno, mientras con rapidez se despojaba completamente del pantalón .

-Metémelo ya, quiero sentirlo en mi culo –le rogó, apremiándolo mientras echaba saliva y hurgaba el ano con los dedos a fin de prepararlo para lo que se avecinaba.

A pesar de su petición, el atleta rubio no se apresuró, se vistió con un condón lubricado XL, no se internaría a pelo por el conducto del profesor Vidal. A saber qué hacía él en sus ratos libres. Tenía bastante vello alrededor del ano que los dedos de Dalmau recorrieron con suavidad una y otra vez antes de posarse en la delicada membrana que cerraba la ruta hacia el interior. No chupó el culo, optó por ensalivar sus pulgares y masajear la entrada para así ensancharla. Con habilidad consiguió introducir hasta tres  dedos y cuando juzgó que la obertura era suficiente, los substituyó por el cipote completamente empalmado. Presionando consiguió meter el glande y después gradualmente vino el resto. Apretaba con fuerza, bombeando la pelvis sin descanso para masajear las estrechas paredes rectales. El profesor Vidal sentía aquello en su interior, como una boa que se afanaba en anidar en sus entrañas a pesar del reducido espacio. No lo soportaría mucho más, dolor y frenesí simultáneo que lo invadía sin posibilidad de dominarlo. Él, siempre disimulando, era incapaz de controlar sus emociones ante ese maremoto que lo inundaba. Eyaculó otra vez. Su amante, en cambio, sacó el pollón de la cueva sin descargarse de leche.

El chico no estaba satisfecho. No le había gustado follar con el profesor Vidal. Lo detestaba, el sospechoso “fallo” informático de Jofre, su manera de actuar, nunca clara, tan lejana a la de otros profesores, las miradas…. Había follado con él, una caja fría y oscura que transmitía sólo una sensación de vacío y falsedad. Se vistió con premura para escapar lo más pronto posible de su presencia.

-Ja està, ja hem acabat. Espero que cumpla el trato.

-No te preocupes. El señor Clarà ya tiene un cuatro y medio.

-¿Com? ¿Només un quatre i mig? Però vostè…

-He mejorado su nota, como habíamos quedado, pero estoy predispuesto a aumentarla todavía más…

-¿Cuánto?

-No sé…

-Dóblela. Quiero un nueve.

-D’acord, sempre que...

-¿Qué quieres?

-Pasa conmigo la mañana de este sábado, y Jofre tendrá lo que me pides.

-Y cómo sé yo, que no se le ocurrirá jugármela otra vez. No me fío.

-No podría… Mira, haré algo para que confíes en mí. Espera un minuto –le dijo, sentándose en la silla del escritorio y encendiendo el portátil.

El profesor buscaba algo y cuando su rostro dibujó una sonrisa satisfecha, Dalmau se acercó hasta ponerse a su lado. Había entrado en su correo electrónico y le enseñaba un mensaje de Jofre de hacía unos meses.

-El señor Clarà me lo envió cuando cogió la gripe, a mediados de marzo. No podía asistir presencialmente al control del trabajo de investigación y me lo envió en el fichero anexo. Nunca borro ningún correo, así no tengo que lamentarme de nada. Que tu amigo lo mejore un poco este fin de semana. El domingo por la noche me lo envía y tendrá su nota. ¿Tienes un USB o te dejo uno?

-Sí, sí, no se preocupe –contestó rápido Dalmau, rechazando el lápiz de memoria  del señor Vidal- Aquí lo tengo.

En un momento, el lápiz de memoria contuvo el trabajo parcial de Jofre. Cuando se lo devolvió, el chico rubio escrutó al docente.

-Gràcies. Confio en la seva paraula. Espero no haver de lamentar-ho…

-No pasará, créeme. El lunes el señor Clará recibirá la nota acordada siempre, claro está, que tu respetes el pacto –indicó Vidal mientras observaba satisfecho cómo Dalmau movía la cabeza afirmativamente- Nos encontraremos fuera del instituto, en un lugar bastante más tranquilo. Espera –le dijo mientras se sacaba una tarjeta de un club de alterne donde apuntaba la fecha y un nombre antes de entregársela.

-Susy, 10/06/12, 10 h., Jardí del plaer –leyó Dalmau- Esto es la casa de putas cerca de la carretera, ¿no?

-Sí, pero no nos veremos allí. Susy, la camarera, te dará la dirección exacta. No quiero sorpresas.

-Yo tampoco.

-Sobre todo, no debe enterarse nadie. Ah, y dile a Jofre que esta vez su distracción no tendrá consecuencias, pero le sugiero que sea más prudente a partir de ahora.

-Mañana, a las diez estaré allí. No se preocupe, es nuestro secreto. Nadie lo sabrá.   

El atleta acabó de calzarse y salió del despacho. Ese tío le provocaba náuseas. No entendía cómo no se había negado. Bueno, en todo caso, mañana concluiría su relación, una follada más y se habría acabado todo. Deseaba dejar atrás a ese cabrón y olvidarlo para siempre. Llamó a Jofre para informarle del éxito de su misión. Quedaron tres cuartos de hora más tarde en la biblioteca del instituto. Era tiempo de resolver el enigma de las fotos, y estaba convencido que allí encontraría algunas respuestas. Pero antes pasaría por el gimnasio. Debía cerrar  definitivamente la etapa del futbol. A pesar de las amenazas de David, antes de volver a casa, entraría en sus dominios para vaciar la taquilla del vestuario.

En el segundo piso del instituto, el profesor Vidal volvía a vestirse muy satisfecho. No había gozado de nada ni remotamente parecido en su vida. Dalmau era un regalo, y una vez probado, uno necesitaba volverlo a saborear. Siempre lo había amado y ahora, por fin revelado en su plenitud, deseaba venerarlo por siempre, eternamente enganchado a la estela de ese dios del amor.  Jofre tendría el nueve de su trabajo, un precio miserable con lo que él alcanzaría la plenitud. Dalmau sería suyo también mañana, y quizás más allá. Deseos y fantasías poblaban ahora su cabeza. Por primera vez en su vida había conseguido lo que anhelaba; no, era mucho más lo obtenido. Nunca había confesado sus sentimientos a nadie y ahora el hombre más hermoso que imaginarse pudiera se le había ofrecido, la divinidad rubia se había entregado a su feligrés más devoto .Ahora podía soñar con mucho más. ¿Iluso? Tal vez sí, pero ¿quién hubiese imaginado que un anodino profesor de instituto habría podido intimar con su dios encarnado?Se trataba ahora de alargar esa dicha lo máximo posible. Se aplicaría para lograrlo.

En la próxima entrega, Dalmau visitará el gimnasio del instituto donde hallará a David. No será un encuentro amistoso. Tal vez el chico rubio se arrepienta de su visita al vestuario. ¿O será David? La solución, dentro de unos quince días.

Un nuevo año empieza y con él sigue mi relato. Espero que no abandonéis la costumbre de seguir esta historia. Os agradezco vuestra fidelidad, vuestra crítica y vuestro apoyo.


Bon any 2013!
Cordialment,
7Legolas

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